martes, 2 de diciembre de 2025

Luces de bohemia (5). Valle-Inclán. Nunca le cobró.

 



¡Santísimo Señor! ¡Esto no lo dimana la bebida! ¡La muerte talmente representa!

Luces de bohemia (5) 
Valle-Inclán 

Escena décima 
¿Qué hacer después de haber comido, bebido y de haber escuchado a Rubén Darío? No parece mal plan sumergirse en el ambiente nocturno de la ciudad, pasear sin rumbo ni dirección a la sombra de la luna lunera por una calle ancha con jardines. Dos mujeres de la vida alegre, una vieja y otra joven, se ofrecen por tanto y la cama. Max les regala un habano, la Lunares se lo guardará para el Rey de Portugal, así nos enteramos que el antiguo conocido no es trigo limpio, es el chulo que las castiga. La Vieja Pintada prefiere regalárselo al inspector de la Higiene para que haga la vista gorda en el reconocimiento semanal y no la saque de la calle que es su sustento. 

Max se empareja con la Lunares que intenta camelarlo, (hace apenas tres años que la visita el nuncio), el ciego le pide que lo lleve a un banco a esperar que don Latino termine con la Vieja Pintada, pero que no se haga ilusiones: “Yo guardo el pan de higos para el gachó que me sepa camelar”. Max la escucha, la entiende, para cuando la llama ninfa y le dice que se gana la vida honradamente, ya la tiene en el bote. Ella sabe que es poeta por la melena larga como de nazareno que le adorna su cabeza de Hermes

Valle pone en escena la relación que hay entre la bohemia y la prostitución, habitantes de la noche ambas. Ellos no la buscan en la tienda de Catarino de Cien años de soledad, ellas le salen al encuentro en el parque de Madrid como sombras o bultos: “En la sombra clandestina de los ramajes, merodean mozuelas pingonas y viejas pintadas como caretas. Repartidos por las sillas del paseo yacen algunos bultos durmientes”. 

La escena décima es una escena quieta, no pasa nada que haga avanzar la trama durante el paseo de Max con la Lunares, de ojos verdes albahaca como la Pastora Imperio. De fondo sigue la revuelta obrera por las calles de Madrid: “Remotamente, sobre el asfalto sonoro, se acompasa el trote de una patrulla de Caballería”. Destaca el uso de expresiones castizas y coloquiales, no es lo mismo el habla cañí que el chamberilero: 
MAX: Llévame a un banco para esperar a ese cerdo hispalense. 
LA LUNARES: No chanelo. 
MAX: Híspalis es Sevilla. 
LA LUNARES: Lo será en cañí. Yo soy chamberilera. 
El “día dieciséis de mayo de mil "nuevecientos" veinte” quedó marcado a fuego en la memoria colectiva de los españoles, como consecuencia de la muerte de Gallito en la plaza de Talavera,  los poetas se pusieron a trabajar y publicaron cientos de coplas que la gente del común se aprendía de memoria y las cantaba en cuadrilla. De eso hablan la Lunares y Max Estrella: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fundaci%C3%B3n_Joaqu%C3%ADn_D%C3%ADaz_-_ATO_00150_10_-_Coplas_de_la_muerte_del_torero_Joselito.ogg 

LA LUNARES: ¿Serías tú, por un casual, el que sacó las coplas de Joselito? 
MAX: ¡Ése soy! 
LA LUNARES: ¿De verdad? 
MAX: De verdad. 
LA LUNARES: Dilas. 
MAX: No las recuerdo. 
LA LUNARES: Porque no las sacaste de tu sombrerera. Sin mentira, ¿cuáles son las tuyas? 
MAX: Las del Espartero. 
LA LUNARES: ¿Y las recuerdas? 
MAX: Y las canto como un flamenco. 

¡Que por mayo fue, por mayo, 
Cuando lo de Talavera! 
Joselito el mejor hombre 
que hubo en la gente torera, 
cabal como un caballero 
noble como una bandera, 
en Talavera de la Reina 
¡ay!, dios, quién nos lo dijera, 
Se fue a vivir a la gloria 
Un dia de primavera. 
Bailaor se llamó el toro 
Que mala MUERTE LE DIERA. 
Torero como José 
no era para muerto, no era 
para quedarse sin sangre 
hecho escultura de cera 
en una maldita plaza 
en mayo y en Talavera 
Ramón de Garciasol (romance de ciego) 

Escena undécima 
El primer muerto de la obra aparece en brazos de su madre ronca de gritar “asesinos de criaturas”, está rodeada de un grupo de mujeres. La escena luctuosa se localiza en una calle del Madrid de los Austrias. Max y don Latino vuelven a pisar cristales rotos. Max se siente conmovido por la rabia de la voz trágica de la madre con su hijo en brazos, destrozada la cabeza por una bala. Hay división de opiniones entre los presentes, para unos la muerte es sólo un daño colateral como consecuencia de mantener el orden; para otros, una salvajada inaceptable. El episodio divide a la gente del común, los hay que se desentienden y evaden con el “algo habrá hecho” y para otros es un asesinato con agravante de alevosía. Max le corta un traje a Don Latino, más falso que un billete de tres euros, cuando dice “Hay mucho teatro” en la rabia de la madre. 

“De fondo suena un tableteo de fusilería”, el sereno anuncia que a un preso le han aplicado la ley de fugas. Max lo asocia a Mateo el anarquista. Le duele como si “mascara ortigas”. Max revive el dos de mayo, proclama que antes se muere de hambre que pasa por el aro de una sociedad cruel, insolidaria e insensible. “No te pongas estupendo, Max” le replica don Latino que le niega el macferlán tres veces en una noche triste. 

Escena duodécima 
Las primeras claras del día pillan a la pareja de supervivientes de la noche derrotados de tanto vuelo nocturno. Se sientan en el quicio de una puerta (no acabo de ver ese sitio para sentarse) sita en una rinconada en costadilla. Filosofan de cosas que no han hablado otras veces. Borracho y arrecido de frío Max tiene muchas cosas que decir, porque al amanecer lo llama aurora. 

Max teoriza sobre un nuevo género literario en el que estamos enredados en su ópera prima. La genialidad de Valle-Inclán radica en lanzar una teoría literaria dentro de una obra de teatro, dinamita el teatro desde dentro a la manera que hizo Cervantes con las novelas de caballería en El Quijote, a través de un diálogo eléctrico entre sus dos personajes protagonistas. Valle se vale de un ciego bebedor, poeta pobre, embrutecido por el alcohol, tiritando de frío, estafado y en las últimas que antes de morir deja en herencia la renovación del teatro español, vista en el fondo de un vaso recién bebido. 

Como quien no quiere la cosa, nos endosa su teoría del esperpento en un diálogo o novela dialogada sin desentonar del resto de la obra. Valle realiza un ejercicio metaliterario portentoso entreverado con las quejas y lamentos permanentes del deterioro físico real de Max Estrella. 
 MAX: Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Lo torearemos”. Valle-Inclán coge el toro por los cuernos porque sabe que todo toro tiene su lidia, piensa como Gabriel Celaya cuando la muerte le embiste: 
 “!Soy Ibero 
Y si embiste la muerte 
Yo la toreo”.

Con ese corazón
Tan cinco estrellas
Que, hasta el hijo de un Dios
Una vez que la vio
Se fue con ella
Y nunca le cobró
La Magdalena
Joaquín Sabina/Pablo Milanés




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


viernes, 28 de noviembre de 2025

Luces de bohemia (4). Valle-Inclán. Nada en los bolsillos.




"Un café que prolongan empañados espejos"



Luces de bohemia (4) 
Valle-Inclán 

Escena séptima 
Los amigotes de Max Estrella no lo abandonan del todo. La agrupación de poetas tiesos y don Latino arman un guirigay en la redacción llena de humo del puro que fuma don Filiberto, redactor y único periodista que trabaja a esas horas en El Popular. Vienen a que don Fili publique el atropello que ha sufrido Max Estrella, encarcelado y maltratado en los calabozos del Ministerio de la Desgobernación. Don Filiberto admira a los poetas modernistas y lee a Rubén Darío, se convierte en el protagonista de la escena ante la ausencia de Máximo Estrella, un periodista dependiente que apoya y sigue al pie de la letra el argumentario e ideas del patrón que paga los salarios, pero que mueve los hilos e influencias para que liberen a Max

Valle-Inclán cambia el tono después del tenebrismo anterior, en esta escena desvía la atención a un motivo secundario divertido, una vez resuelta la liberación de Cervantes-Max Estrella. El autor además de plantear la clásica fragilidad del periodista que no tiene más remedio que seguir la línea editorial del periódico si quiere comer, propone un desafío de ingenio entre Don Latino (onital), Dorio de Gádex y don Filiberto. Los recién llegados le hacen la rosca al periodista. 
“Don Latino: “Dorio, no malgastes el ingenio, que todo se acaba. Entre amigos basta con sacar la petaca, se queda mejor. ¡Vaya, dame un pito!".  El maestro del sablazo en acción. 

"DORIO DE GADEX: ¿Sabe usted quién es nuestro primer humorista, Don Filiberto? 
DON FILIBERTO: Ustedes los iconoclastas dirán, quizá, que Don Miguel de Unamuno. 
DORIO DE GADEX: ¡No, señor! El primer humorista es Don Alfonso XIII”
Don Miguel de Unamuno es un maestro del humor fino, inteligente, basado en paradojas, juegos de palabras e ironía. En Niebla hay situaciones en las que te partes de la risa. Me imagino que esta aparición en Luces de Bohemia dudando de su sentido del humor, le sentaría como un tiro a don Miguel. 

Escena octava 
Max recién liberado se pone la noche por montera y sube a la Secretaría particular de Su Excelencia, el ministro,   a presentar una denuncia por malos tratos en los bajos del edificio. 
“De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático” A ver cómo se sustancia esta acotación hecha metáfora sobre un escenario sin perder su esencia surrealista de vanguardia. 

Max discute con el ujier y con Diego, de noche, (tiene vuelo nocturno), ambos actúan como muro de contención del ministro, como una guardia pretoriana impenetrable para el pueblo llano. 

El ministro lo recibe a la puerta al oír el jaleo, como una deferencia a un amigo de la infancia y compañero de bohemia antes de dedicarse a la política. Se extraña de su ceguera, Max le explica que es “un regalo de Venus” y le manifiesta que no viene a pedir nada, quiere agradecerle su libertad, pero exige un desagravio del ministro por los golpes que ha recibido de la canalla que él dirige. El ministro le ofrece un sueldo para que deje de pasar hambre mientras él sea ministro, en vista de que las letras no dan de comer. Al despedirse le da en mano algo de dinero de bolsillo para los gastos. Max no dice que no al regalo, Dieguito de noche se las arreglará para extraer el sueldo,  que Max no llegará a cobrar,  de los fondos reservados de la policía. 

Escena novena 
Max y don Latino se dirigen al café Colón, un establecimiento elegante, mucho más caro que las tabernas que suelen frecuentar, derechos a fundir la pasta del ministro. Allí se juntan con Rubén Darío, “el cerdo triste”, como todos los poetas de la bohambre está más tieso que un lagarto escayolado. A Max le quema el dinero en el bolsillo, se siente rumboso con los amigos, los invita a cenar, no hay dinero mejor gastado que en quitar el hambre a un poeta universal. Para nada se acuerda de Collet y Claudinita que también las pasan canutas en casa. 

Max le cede a Darío el cetro de la poesía, la responsabilidad de echarse al hombro la renovación de la poesía en español. Ya presiente cercana la visita de la Dama de Luto: “Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro”. Entablan conversación sobre la Teosofía y cosas raras. Brindan por el reencuentro después de haber comido, al brindis se unen el Marqués de Bradomín y la leve cojera de Verlaine: “Y en el ritmo de las frases, desfila, con su pata coja, Papá Verlaine”. Darío recita un poema (que en modo alguno es el más afilado del estuche) en el que Bradomín espera la llegada de la parca apoyado en el quicio de una puerta, buen sitio para morir: 
 ¡La ruta tocaba a su fin. 
 Y en el rincón de un quicio oscuro, 
 nos repartimos un pan duro 
 con el Marqués de Bradomín!


Triunfar podré
Teníamos salud, sonrisa, juventud
Y nada en los bolsillos
Con frio o con calor
El mismo buen humor bailaba en nuestro ser
Luchando siempre igual, con hambre hasta el final
Hacíamos castillos
Y el ansia de vivir nos hizo resistir
Charles Aznavour/Concha Buika



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 25 de noviembre de 2025

Luces de bohemia (3). Valle-Inclán. Si hay que pisar cristales.




"Yo voy pisando vidrios rotos"

Luces de bohemia (3) 
Valle-Inclán 

Escena cuarta 
Max Estrella y Don Latino caminan haciendo eses por las calles de Madrid, pisan cristales rotos de las ventanas, escaparates y farolas que la cachiza del pueblo soberano ha provocado. Parece Barcelona del 17. Bajo una farola indemne filosofan, de la puerta abierta de La Buñolería Modernista una “banda de luz parte la acera”. Antes de llegar, Max quiere volver a casa porque está muerto de frío y perjudicado, pero su lazarillo es mala persona, se niega a prestarle el macferlán, prefiere seguir la noche, chupar de gorra de lo que quede de las nueve pesetas, los dos están más tiesos que la mojama. Para reponerse un poco propone un café de recuelo en la Buñolería

Aparece la Pisa Bien en la calle pregonando el capicúa, relata que se ha batido el cobre con los coraceros y esquiroles amarillos en La Cibeles y alardea de haber dado mulé a un par de ellos. Del interior de la Buñolería apestosa a aceite de fritangas sale “un tropel de ruiseñores”, una caterva de autores modernistas, ya desfasados para la elegante columna griega de Max. A falta de abuela y agradadores alrededor, el vate ciego se considera el poeta del pueblo, el mandón de los poetas, sus versos son mejores que los versos burgueses de los aristócratas modernistas. 

 Dorio de Gádex le sugiere que se presente a un sillón de la Academia, Max rechaza de plano la posibilidad de aposentarse en el sillón que deja vacante la muerte de Galdós: “Para medrar hay que ser agradador de todos los Segismundos” y él no sabe cómo se adula al jefe. (De nuevo el príncipe polaco de “La vida es sueño” de Calderón). Dorio de Gádex le canta “los nuevos gozos del enano de La Venta”, el resto de ruiseñores le hacen el coro griego. Acababan de cantarlo en la Puerta del Sol, con tanto éxito y expectación que salió el retén de Gobernación a escoltarles. Ni el mismo Rafael el Gallo había necesitado tanta protección tras una de sus espantás. 

Aparecen los coraceros de guardia a poner orden y se llevan preso a Max por curda y gritón contra el gobierno, entreverados los gritos con mueras a Maura: “Muera el judío y toda su execrable parentela” ( Poco nuevo hay en el  From the river to the sea...). Max refuerza la corriente antisemita de la época, el estereotipo antiguo del judío rico avaricioso que hace dinero a fuerza de explotar al trabajador. El propio  Marx,  que provenía de familia judía,  renegó de la religión de sus ancestros y apoyó el antisemitismo. 

Escena quinta 
En el Ministerio de la Gobernación se respira aire rancio de cueva, estanterías con atijos de papeles desordenados cubren las paredes, bancos corridos contra otra pared y unas carpetas de badana mugrienta sobre una mesa amueblan la sala. En el Ministerio de la Gobernación gobierna Serafín el Bonito, un chulapo madrileño que echa humo de un habano por la boca cuando dicta al escribiente. Entra Max guiado por don Latino, viene detenido por briago, escándalo en la vía pública y gritos internacionales. Max presta declaración ante Serafín el Bonito. Se declara cesante de profesión, pero no de los cesantes tan bien retratados por don Benito Pérez Galdós en sus novelas sino “cesante de hombre libre y pájaro cantor”. 

Queda detenido por desacato a la autoridad, usar un tono burlesco e intelectual y llamar “gusano burocrático” al guindilla que le trae. Lo meten a rastras en la trena a voz en grito: “¡Que me asesinan!, ¡que me asesinan!”. Los modernistas y don Latino no abandonan a Max del todo, acuden a las redacciones de los periódicos a denunciar la prisión de Max Estrella, gloria nacional. 

Escena sexta 
Los guindillas meten a Max a empujones en la celda numero dos, la celda de los presos peligrosos, allí no está solo, la celda está ocupada por Mateo, en el corredor de la muerte a la espera de la ejecución al amanecer. Como todos los presos, ambos se consideran inocentes y maltratados por el sistema, hacen buenas migas desde el saludo, los revolucionarios se huelen a la legua. Mateo es un anarquista partidario de la acción directa, Max se avergüenza de su trabajo de poeta que hace activismo con la palabra, no a bombazos, y de su extracción social burguesa. Su manera de compensar el desnivel de revolucionarismo y ser admitido en la tribu de los rebeldes e insurrectos es matar más que nadie, le arrebata un hambre de sangre aristocrática: hay que matar más Romanov hasta el perro. Pero con menos gasto de munición que está muy cara. “Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol”, menos trabajo para el verdugo. 

Mateo afirma que el patrono catalán es el de más negra entraña de Europa, y no dice del mundo porque están los patrones de las colonias españoles de América que son peores todavía.(Un poco desfasao está Mateo, hace un siglo que el imperio se ha desgajado en dieciocho repúblicas independientes, la IA dice). Ambos se reafirman en su creencia de que el pistolerismo, el toma y daca de la violencia, tiene que seguir, porque los proletarios y parias de la tierra son más. Max piensa que si se matan muchos patrones, el precio de los sicarios subirá como la espuma al disminuir las piezas de caza. 
EL PRESO: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés. 
MAX: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano”. 
Es la expresión más radical de un Max arrebatado. Barcelona es una ciudad semita y hay que bombardearla, reducirla a una escombrera para que de las cenizas surja una ciudad nueva, limpia de polvo y paja, como le pasó a Cartago por fenicia y a Jerusalén por judía. “Muera Sansón y todos los que con él son”. Las ciudades no tienen ideología ni religión que valga, la tiene la gente que las levanta y las habita. Ya se le empieza a hacer pedregosa la vida a los judíos en Europa, sobre todo a los pobres, porque los ricos se las  arreglan para emigrar a sitios menos agresivos, más hospitalarios. Se normaliza la destrucción de una fecunda cultura varias veces centenaria en centro Europa en unos cuantos años y después la casi eliminación de la raza. Max se despide de Mateo con un fraternal abrazo y lagrimas de impotencia y rabia en los ojos.

En el Puente de Carlos aprendí
A rimar cicatriz con epidemia
Perdiendo los modales:
Si hay que pisar cristales
Que sean de bohemia, corazón
Joaquín Sabina/ Pancho Varona/ De Diego/ Benjamín Prado



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 20 de noviembre de 2025

Luces de bohemia (2). Valle-Inclán. Estrellitas y duendes




“Escapa la chica salvando los charcos con sus patas de caña”

Luces de bohemia (2) 
Valle-Inclán 

Escena segunda 
La cueva de Zaratustra parece un zoo de animales domésticos que intervienen en la tertulia como personajes, allí reinan un perro, un gato, un loro y ratones que arratonan el rimero de libros que hacen escombrera y el mismo Zaratustra abichado y giboso. El hecho de introducir animales como personajes y esas acotaciones dramáticas tan literarias ya indican que a Valle le importaba poco que la obra se representase o no, al menos según las normas convencionales del teatro del momento; él es muy critico con el teatro burgués, quiere innovar. 

Max exclama al entrar y sentir tanto animal suelto entre montoneras de libros: “¡Mal Polonia recibe a un extranjero!”. Enseguida sospechamos que esto de Polonia tiene que ver con el Segismundo de “La Vida es sueño” de Calderón. La IA trabaja por nosotros y nos lo corrobora en menos que se presina un cura loco. 

El motivo de la visita nocturna es deshacer el trato del atijo de libros de Max Estrella hecho por  don Latino con Zaratustra, el asunto no ocupa más que un breve dialogo en la obra. Valle lo une a un visto y no visto guiño de Zaratustra a don Latino mientras le dice que ya los ha vendido con escaso beneficio cuando, en realidad,  los tiene todavía encima de la mesa. Don Latino cochambea con el librero para estafar al ciego que no se entera de la traición de su lazarillo. 

Aparece por la puerta de la librería don Gay, recién llegado de Londres donde según él se vive el cristianismo “limpio de imágenes milagreras”. “¡Recémosle un Réquiem! Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda”, exclama Max Estrella. Es la actualidad de atornillarse al poder, cualquier cosa por la poltrona. 

La entrada en la librería de una chica preguntando por el desenlace de una novela por entregas y la negativa del librero a desvelarlo echa el telón a la escena (es tan absurdo como pedirle al del quiosco que en el sobre te entre el torero que te falta para completar el álbum de cromos sin tener que ir a cambiar los domingos a La Alamedilla)

“Escapa la chica salvando los charcos con sus patas de caña”. Olé el Valle y sus acotaciones de plata, esto es escribir. El ciego y su ayudante se dirigen a la taberna de Pica Lagartos en la calle de la Montera

Escena tercera 
Max y don Latino “se regalan con sendos quinces de morapio” (dos chatos de tintorro a granel) en la taberna de Pica Lagartos. Enriqueta la Pisa Bien entra en la taberna ofreciendo a los parroquianos varas de nardos baratas, cuando ve a Max, le reclama las tres pesetas del décimo que su madre le ha fiado. El número es de los que tocan, número de los bonitos, un capicúa de sietes y cincos. Como Max no puede pagar porque está mas afónico que un gallo sin cresta, le dice al chico de la taberna que empeñe la capa, pero cuando vuelve con nueve pesetas, la Marquesa del Tango ha volado con el décimo. 

Los espectadores que acuden a una representación de Luces de bohemia ya conocen la obra y esperan las frases que se han hecho famosas con la obra, entre ellas destaca “cráneo privilegiado”, la exclamación de admiración de Zacarías, el borracho,   porque los niños, los borrachos y los locos siempre dicen la verdad. El bebedor repite el sintagma tres veces en esta escena y es el grito que precede a la caída definitiva del telón, el que manda a cada mochuelo a su olivo. 

La escena abunda en expresiones castizas y una espectacular vivacidad en los diálogos, pero en general aparece un desajuste en las expresiones cultas en boca de los personajes gatos auténticos, como esta réplica mística de El Chico de la Taberna a Max
MAX: Niño, huye veloz. 
EL CHICO DE LA TABERNA: Como la corza herida, Don Max. 
MAX: Eres un clásico”. 

El décimo de lotería capicúa es la excusa para abandonar la taberna y dirigirse a la Buñolería Modernista donde recala la Pisa Papeles y su marido morganático, el Rey de Portugal. No les importa que en la calle haya tumulto. 



"Viviré en tu recuerdo
Como un simple aguacero
De estrellitas y duendes
Vagaré por tu vientre
Mordiendo cada ilusión"
 Juan Luis Guerra y Sting




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Luces de bohemia (1) Valle-Inclán. Vamos a perder los alamares.

 


“Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno” 


Luces de bohemia (1) 
Valle-Inclán 

La primera versión de Luces de Bohemia se publica en doce entregas en el semanario “España”,  de julio a octubre de 1920 (España entera de luto porque acababa de morir el Rey de los toreros, Joselito dejaba su vida en la plaza de Talavera), de ahí seguramente el carácter un tanto fragmentario e independiente de las escenas, lo cual no quiere decir que no haya temas, personajes y elementos comunes como el décimo de lotería que le dan unidad y coherencia a la obra. 

Valle-Inclán obtiene escaso beneficio económico por Luces de bohemia (no es la Lux de Rosalía) pues no se representa en España hasta 1970. No obstante, los premios Max de teatro toman el nombre de Max Estrella, el protagonista del drama. 

Se considera a Luces de bohemia el primer esperpento de Valle –Inclán, pero el germen hay que buscarlo en Las Sonatas (esa pequeña joya escondida de las letras españolas), el Marqués de Bradomín –feo, católico y sentimental- no deja de ser una parodia del mito del don Juan, de hecho Valle introduce al Marqués como un personaje más de la obra cuando Max está ya de cuerpo presente. Cómo me recuerda al final del Tenorio de Zorrilla, Valle funde tradición teatral e innovación. 

Luces de bohemia es una odisea nocturna, el viaje de una noche plena de aventuras con final desgraciado. En Luces hay unidad de tiempo, todo ocurre en una noche madrileña de farra, de modernistas bohemios y hambrientos. Los personajes forman un catálogo bastante completo de la sociedad madrileña que no duerme por la noche, encabezados por los dos protagonistas: don Máximo Estrella, poeta ciego y pobre de pedir, y don Latino de Híspalis, un vivales sevillano que le sirve de lazarillo. Cada escena ocurre en un lugar diferente y tiene entidad por sí misma, lo cual dificulta la representación. Se trata de ambientes cutres de Madrid, degradados, inhóspitos y de mala nota, el Madrid “absurdo, brillante y hambriento” donde se cruzan los caminos de la gente, retratados con la brillantez de la pluma alada de Valle-Inclán que se empeña en mezclar la cochambre de las películas de Torrente con la alta cultura de Proust o Joyce que también lo mezclaba todo. 

Escena primera 
Una anotación escueta, con gran riqueza léxica y abundante información sobre el lugar y los personajes: Don Máximo Estrella y su mujer, Madama Collet, rubia francesa. Max es un andaluz con acento, poeta ciego importante porque compone odas y madrigales como Fray Luis y Garcilaso. La buhardilla es austera y mira a poniente, llena de luz, “penumbra rayada de sol poniente”. 

Max requiere a Collet: “Vuelve a leerme la carta del Buey Apis”. El culto al toro, animal sagrado en los países que miran a la bañera de Ulises, la eterna lucha por la vida encarnada en la suerte y la muerte en el ruedo, alza el telón. Así llaman al director del periódico que le quita el trabajo, como un dios de poderes sobrenaturales que lo deja en la miseria sin los veinte duros de jornal. Collet le propone que escriba una novela para que puedan vivir de la escritura aunque sea un arte inferior al teatro y a la poesía. 

“Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno”.  Max propone un suicidio familiar colectivo, pero Claudinita es demasiado joven y le queda toda una vida por vivir. No sospechan que la parca acecha y los habrá llevado por delante a los tres al día siguiente. Valle anuncia la redondez del drama con esta frase apabullante, la mala combustión del cisco del brasero será la causa de la muerte de las dos mujeres en la escena final. 

Claudinita no soporta a Don Latino, anuncia su llegada con una bella sinestesia: “¡Ya se siente el olor del aguardiente!” tan queridas por Valle. En el ínterin Max sufre una alucinación en la que puede ver La Moncloa durante un rato, como el habla de los perros Berganza y Cipión. Don Latino no trae nada del dinero sacado por la venta de unos libros. Pese a la oposición de Claudinita que sabe cómo acaban las salidas nocturnas de su padre: “¿Sabes cómo acaba todo esto? ¡En la taberna de Pica Lagartos!” , salen a la calle a ver si deshacen el trato de la venta de los libros a Zaratustra.


Niño, sube a la suite dos anisettes
Que hoy, vamos a perder los alamares
De purísima y oro, Manolete
Cuadra al toro, en la plaza de Linares





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 28 de abril de 2022

Memorias de Leticia Valle (y3). Rosa Chacel. Noche piel de hada.

 



"El impulso de su mano fue como si me hubiese llevado en vilo hasta casa: no sentí el suelo bajo los pies."


Memorias de Leticia Valle (y3)

Rosa Chacel

Leticia siente la euforia del director de teatro que recibe la ovación entusiasta del día del estreno. En sus devaneos adolescentes se confunden realidad y ficción. Como todo joven quiere llevarse la vida por delante, el argumento es vivir, la vejez y la muerte son sólo las dimensiones del teatro (parafraseando la idea de Gil de Biedma). Se siente en su elemento natural, piensa que si lleva el teatro a la realidad tendrá algo que admirar. La función ha comenzado, de ella depende saber mantenerlo. Ella es la creadora de la ficción y los actores harán lo que ella ordene y mande. Pero “esto no era como el teatro: un cuadro cerrado donde no se puede entrar y que no hay medio de alargar una vez terminado”. Se convierte así en chica autócrata, manipuladora y malvada, la malicia se impone a la ingenuidad e inocencia; aprendiz de mujer fatal parecida a la Lolita de Vladimir Nabokov. 

Entramos en los secretos familiares al mismo tiempo que Leticia; le hace marcas a las botellas de coñac y descubre que su padre es bebedor. Ella lo sospecha porque cada día lo ve más solo, pronuncia mal las erres y repite las palabras. Comprueba que su tía está en el secreto y decide no estorbarles por humana cobardía. 

La protagonista observa que Luisa y Daniel no se llevan bien. Hay diferencias en el matrimonio. “Y lo peor era que su marido le hacía comprender su inoportunidad sin ningún miramiento”. “No sé por qué, cuando yo veía que ni una línea de sus facciones cambiaba de expresión, pensaba siempre: no tiene serenidad, lo que le falta es serenidad, tiene tenacidad solamente”. No sé por qué, pero también percibo demasiada capacidad de observación para una niña de once años de edad. 

Los sentimientos, deseos y ambiciones de Leticia cambian, se acompasan al paso de los meses. El apagamiento del invierno los arruga y empequeñece como a los lirones, como si los empozara en una sima profunda y no surgieran hasta la luz primaveral del mes de marzo. 

Un día frío del mes de marzo, uno de los más tristes de su vida, visita al jardinero al otro lado del río. Su mujer acaba de dar a luz un niño hermoso. A la vuelta ve cómo una criada de alguna casa pudiente tira al río cuatro cachorros que lleva en una cesta todavía ciegos a la vida. Ella que es provida no vuelve a sentir el cambio climático porque su cuerpo helado se queda más frío que el ambiente. Se le corta la respiración, entra en ese estado en el que hay que pensar en respirar. Deja de exigir el aire limpio de forma mecánica esas trece veces por minuto. Se le satura la razón, se esfuerza en respirar. 



"Describí todos mis sentimientos sublimes hasta que desembocaron en aquello"

Leticia pasa la Nochebuena y Nochevieja en casa de Luisa y Daniel. Le molesta no entender el amor de una madre por sus hijos, por qué hablan de San Agustín y de Santa Mónica, mujer que lleva la llave de la despensa porque es ama de casa y ejemplo de madre coraje que salva a su hijo de la mala vida, la perversión y la herejía. 

Un día que Luisa se quita lo plateado de las sienes, le pide a Leticia que no la llame doña Luisa porque la hace sentirse mayor. La chica calla más de lo que dice, pero dice la verdad cuando hablan de respeto porque lo ha oído de gente que no puede querer. El relato camina hacia la cúspide entre huecos y silencios, después se derramará en catarata imposible de represar. A esto sucede uno de los hechos más turbadores de las Memorias, Daniel mediante. Se manifiesta la fuerza manipuladora de la jovencita que sabe lenguas vivas. Los hombres son tontos, se rinden a las insinuaciones. “Pero mis delirios no pararon en la observación”. Se puede mirar sin ver, la luz como elemento primordial de salvación de los sueños negros. Ella vincula el episodio de “El Botica”, músico callejero que le cantaba su habanera preferida a cambio de una propina cuando ella tenía cinco años, con su poder de seducción sobre los hombres. 

Daniel reacciona de manera violenta con un “Vete, vete de aquí traidora”, al tiempo que la empuja y la echa de casa con los dedos hundidos en el pelo. 

Los párrafos que siguen certifican el puesto que la autora merece entre la élite de los escritores en español de todas las épocas. El tranco de más de un toro bravo que hace el avión al embestir y que permite al torero rematar el muletazo detrás de la cadera. Una profundidad única que explica los sentimientos que embargan a Leticia

Este suceso turbulento de la expulsión tiene que quedar como un secreto bien guardado en el desván de la memoria. Le queda un dolor de corazón porque el respeto repugnante y los pensamientos queden impunes por estar amurallados e inaccesibles desde el exterior. Llevará el secreto a la tumba, como llevará el sueño insólito que le acosa de vivir el misterio de la resurrección desde dentro del Santo Sepulcro. No tiene derecho a la exclusiva del secreto, le alivia un poco que la confesión no sea hasta dentro de un mes. Tiene hasta el mes de abril para organizar sus sensaciones y razonarlas sin fiebre en las alas adolescentes. 

Los tres días que el tío Alberto, su mujer Frida y su hija Adriana pasan en Simancas rompen el ambiente borrascoso que se abate sobre las dos casas de Leticia. Los tres días de dedicación exclusiva a las visitas sanean la superficie de sus sentimientos. Sin embargo, le sigue atormentando la idea de dejar a medias el asunto del día anterior. Teme que la armonía con la otra casa se pueda romper en cualquier momento, “los pensamientos marchaban por una cuerda desgastada”. Adriana es de su edad, “pero tan aniñada que daban ganas de llevarla en brazos”, una muñeca chochona. Frida y Adriana se quedarán en España hasta septiembre, recorriéndola en coche. 

Las atenciones a hacer y deshacer las trenzas de Adriana se mezclan con la preocupación inconfesable, hecha costumbre, de la relación con la otra casa. El caso es que allí se ven tomando café con doña Luisa y entrando en otra dimensión cuando aparece don Daniel y le dice a Luisa que el pimpollo de Leticia se ha desmandado por completo. 

Leticia admira a Adriana subida sobre la punta de los pies cuando baila ballet clásico, aprendido en actividades extraescolares. La embelesan todas las cosas que madre e hija saben hacer, ella que es una marisabidilla. Donde yeguas hay, potros nacen, amiga. 

“Toda la patulea, uno detrás de otro, fuimos visitando salas con estanterías, con vitrinas y facistoles”. Las tres familias excepto los hijos pequeños de Luisa y Daniel, visitan el archivo y se empachan de legajos, documentos y datos. Leticia se interesa más por las vistas castellanas desde las ventanas de huecos profundos y el edificio con sus sótanos, fosos y poternas

La vida en Simancas languidece entre la muerte lenta de su padre y su tía, los libros de don Daniel y las explicaciones, siempre rigurosas, de temas más o menos pedregosos y que a ella le roban el tiempo y la atención. Leticia intuye que don Daniel cambia de estrategia de enseñanza. Comienza las explicaciones con una verdad universal, una de esas afirmaciones con las que no queda más remedio que asentir. Se da cuenta de que en su desarrollo utiliza frases netas sobre conceptos complejos e intrincados en los que él tiene la certeza de que a ella le resultará imposible penetrar. Las lecciones la dejan para el arrastre, son una cura de humildad porque ponen su ignorancia en evidencia, se queda con la sensación de que se ha tragado un veneno y observa cómo le invade poco a poco sin remedio. 

La semana que precede al acto homenaje a la maestra es muy ajetreada para Leticia. Ocupa la mañana en bordar con las chicas y las tardes en reciclar el vestido de la comunión con doña Luisa. A última hora toca el suplicio con don Daniel que ve las corribambas de última hora como los entrenamientos finales de los atletas olímpicos. Leticia aprende de memoria La Carrera de Alhamar de José Zorrilla para recitarlo en la fiesta. La carrera es un poema largo, de cuatrocientos cuarenta y ocho versos, que empieza ancho y caudaloso y termina rápido, estrecho y perfilado, al revés de los ríos que mueren en un “manspreading”, desparramados en la arena de la playa. Una de esas tardes de vísperas se va a la trasera de la ermita del Arrabal y lo recita completo a modo de ensayo general en el silencio maravilloso, con el horizonte ancho sin eco y el cielo alto de Castilla a la puesta del sol, preparada para recolectar hasta la última gota de sudor del futuro trágico que se avecina. 

Se pasa por casa para visitar al padre, tomar un café y una copa de coñac en tres tientos, “con ademán varonil, su cabeza tomaba una actitud tan delicada como la de una virgen”, que le provocan impulsos discordantes por dentro. 



"Fue un pequeño estampido, lejano y tan breve, que se preguntaba uno si podía tener realidad una cosa tan sin tiempo"

Leticia llega a la fiesta derrumbada de ánimo, entretenida en resolver el problema geométrico de la tira de papel enrollado donde tiene copiado el largo poema por si acaso. Cuando la música del piano brota y llena la sala, se olvida del malestar que le causan los discursos y palabras huecas, hipnotizada por la soledad emanada de su majestad el piano. El mundo reducido a una esquina solitaria; en trance hasta que las palabras trufadas de eximio poeta del alcalde lanzadas contra ella la bajan a la tierra y la anuncian. 

El comentario en prosa que acompaña algunos de los versos del poema de Zorrilla tienen tanto ritmo o más que la poesía. El poema es una vuelta a los orígenes genesiacos de la poesía, la oralidad del poema, la poesía para ser dicha. Leticia se funde en la fuerza sonora del ritmo y deja de pesar sobre suelo, parece de pluma. Mira sin ver, se borran los murmullos del gentío, desaparece la sana distancia de cinco o seis metros con Daniel (ni que hubiera Covid). Se desvelan los secretos entre los dos. Contempla la sangre acelerada, la agitación del que es pillado con las manos en la masa, cabalgando donde no hay que cabalgar. Es la justicia poética, el tormento, la venganza del humillado. Hay que leer esta decena de páginas como una suerte de “play within a play”: la poesía recitada en la novela con ruptura de la cuarta pared en esa fusión de actor-espectador que conoce, doma y modifica las sensaciones del lector-receptor-espectador. Los chicos están entusiasmados, no rebullen, los cinco sentidos puestos en el galope del caballo, más que los mayores que escuchan como por obligación. Estas páginas son un ejemplo prodigioso de mezcla de géneros literarios y ritmo interno, te sientes como Al-Hamar a lomos de su caballo (¡ojo!, hoy montar a caballo es facha). 

Después del recital, que es la auténtica cúspide del relato, la novela se derrama en cascada imposible de detener, entra en el tramo final que desemboca en tragedia. El tío Alberto saca a Leticia de Simancas, la rotura de la pierna de Luisa, que no es grave pero la tienen cuarenta días de convalecencia, la sorpresa por el bajo umbral de resistencia al dolor de Luisa. Ella encuentra la excusa perfecta para explotar la holgazanería y no estudiar si no la obligan. Luisa, como cualquier progenitor haría, le recomienda que aproveche el tiempo y estudie solfeo primero, luego ya educará la voz. El solfeo le resulta fácil, muy fácil a esta jovencita que odia la monotonía. 

Y vamos a terminar el comentario a este relato en el que los sueños pesan más que la realidad porque esto se hace largo y los millones de lectores querrán dedicarse a otra cosa más proteica. Lo hacemos con una cita del padre de la criatura, caballero mutilado de guerra, que da que pensar porque mezcla la soledad del torero,  la muleta, la suerte y la muerte que siempre acecha. Pues eso, suerte y salud a los fieles que han leído Memorias de Leticia Valle hasta el pequeño estampido final, tan sin tiempo: “Yo podría perfectamente hacer lo que usted está pensando, pero no voy a hacerlo. Ya sé lo que es eso: lo hice hace diez años y me quedé aquí solo —daba con la muleta en el suelo—, aquí solo, de pie. ¿Cree usted que voy a repetir la suerte?”.


De noche piel de hada, 
a plena luz del día Cruella de Vil, 
maldita madrugada, 
y yo que me creía Steve McQueen. 
Joaquín Sabina




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 18 de abril de 2022

Memorias de Leticia Valle (2). Rosa Chacel. Recuerdos al aire.






"Estaban bien delimitadas en mi cerebro, pero como figuras recortadas en un papel"


Memorias de Leticia Valle (2) 
Rosa Chacel
 
La sensación de frustración que te persigue cuando lees sin entender lo que lees porque no estás en el estado de ánimo correcto, o te falta concentración porque piensas en otra cosa: “Si fuera verosímil, creería que había leído con los ojos cerrados, tal era la convicción que tenía de la inutilidad de mi esfuerzo”. Leticia llega al convencimiento de que hay lecturas que le sobrepasan, que le desbordan como el toro que se va sin torear. No comprender no es humillación, como le pasó con los nueve tomos de Las historias de las ideas estéticas de Menéndez Pelayo a pesar de leer y releer muy despacio: 
 “Desde entonces, la idea de no poder comprender algunas de las cosas que dijera ya no me resultó humillante. Era tan cierta la altura de todo aquello, que no significaba derrota el que tardase mucho en llegar a ello”. 

El sentido del tacto explicado por el contacto con la piel que cubre todo el cuerpo. Rosa Chacel se centra en las manos de Luisa, las considera parte de un espíritu puro, manos vivas, trasfiguradas. Manos que se hunden en la masa madre del pan. Manos enérgicas que saben agarrar un martillo para arreglar cosas a martillazos, que aprietan y aflojan tuercas con la llave inglesa. Manos que trasparentan las venas, con la firmeza suficiente para empuñar la espada y la cruz, como el Arcángel San Miguel, manos para besarlas. Manos firmes y poderosas que acarician las teclas del piano y ponen banda sonora a la estancia, “como un fenómeno natural, como el viento cuando silva en las chimeneas”. Una atmosfera musical, la poesía y el arte de bordar, a mano, son la melodía que en muchos momentos envuelve el relato. 

La novela es una obra hermética, a medio escribir, llena de huecos y silencios, al lector concierne interpretar y llenar de voces significativas para comprender. La protagonista deja pistas, pero no cuenta la historia completa. Una novela erótica finamente elaborada, que escamotea el cuerpo de la niña aventajada, a diferencia de la Lolita de Nabokov que lo realza. Una obra maestra del arte de la insinuación, de decir sin mostrar, de leer entre líneas. 

El tema central de MDLV es el proceso de enamoramiento en la mente confusa de una adolescente de once años, principalmente de su maestro, don Daniel, pero también de su maestra, doña Luisa, de su prima Adriana y de Margarita Velayos, la profesora de Valladolid que le quita también el sentido: “Cuando yo vi, entre aquel montón de faldas negras, enormes, su figura esbelta, con un traje de sastre gris muy ajustado, sentí que perdía el compás, el equilibrio, el centro de gravedad para todo el día”. El silencio cómplice, los secretos familiares, las preguntas sin respuesta.

  

“¡Aquel machacar ladrillos y repartirlos en porciones! 

Leticia es no sólo la protagonista, también actúa como narradora y creadora de todo lo que allí ocurre. Es Rosa Chacel y su capacidad intacta de observación de adolescente curiosa, aunque parezca poco creíble una voz propia y un espíritu crítico tan agudo en una niña de once años que no tiene edad para conservar imágenes de un pasado casi inexistente: “Resultaba que yo era una chica como las demás. Ni eso, yo no era más que una marisabidilla”. Resulta poco menos que increíble que en una singladura tan breve se tenga ya más pasado que futuro y que enfrentarse a él sea un drama. A la autora le interesa poco la verosimilitud del relato si la narradora manifiesta la necesidad de pensar y contar por cuenta propia. La realidad es una ensoñación, como la república independiente de Cataluña de mentira que todos vimos proclamar a los alcaldes con aquellos bastones amenazantes en las escaleras durante los sucesos de 2017. La protagonista escribe los recuerdos de lo que acaba de vivir desde el exilio de Suiza, cuando están frescos, como si hubieran pasado cincuenta años o más, sin embargo afirma que escribe dentro del mismo año: “Los dos primeros meses de este año me parecen tan lejanos! ¿Qué pasó en esos sesenta días? Nada: llovió y nevó y vivimos tan empequeñecidos como los lirones”. Los padres han intentado rebajar su educación por abajo, al recomendarle que pasee y no pasar por una precoz marisabidilla. De su niñez nos cuenta que su padre era un veterano mutilado de la guerra de África. Las fechas coinciden con las propias de Chacel que cuenta con doce en 1910, en plena guerra del Rif. Leticia cuenta que fue una inadaptada durante los pocos meses que fue al colegio: “¡Aquel machacar ladrillos y repartirlos en porciones! En el recreo yo las veía jugar a hacer comiditas y hubiera querido pisotearlas”. 

Toda esta curiosidad por lo que le rodea y la capacidad de observación de la autora-narradora-protagonista que la hacen descubrir lo que no se debe son elementos autobiográficos indiscutibles. 

Como ya hemos señalado, Leticia escribe sus memorias en Suiza, empieza a escribir en octubre y termina el nueve de marzo, la víspera de su cumpleaños cuando se tiene prisa por cumplirlos. Lo único que sabemos de esos meses de trabajo y de estrujarse las neuronas para recordar es que la enredadera helvética ha crecido un palmo. La lentitud de los jardines sustituye al reloj como unidad de tiempo: “Aquí es ella [la enredadera] la que va a medir mi tiempo”. El grueso de los hechos que se narran ocurren en Simancas, los más lejanos son recuerdos de la niñez pasada en las calles del centro de Valladolid. A principios de abril la familia se muda a Simancas, el traslado coincide con el paso de niña a mujer autónoma. Qué bien explicada la transición cuando ya no te ayudan a peinarte por la noche, pero ganas en libertad al dejar de tener los ojos de los mayores permanentemente encima: “Me di cuenta una noche al cogerme los bigudíes; empecé a sentirme cansada de tener los brazos en alto tanto tiempo y entonces caí en la cuenta que antes mi tía me ayudaba todas las noches a irme a la cama”. 

A pesar de la confusión temporal y crecimiento de la enredadera, Rosa Chacel da referencias exactas de tiempo que abundan en ese carácter autobiográfico de algunos tramos de la novela. La protagonista y la autora tenían la misma edad por esas fechas: “Entonces empezó a contarme que se lo había regalado un amigo que lo compró en París en la Exposición de 1900, que hacía ya más de diez años que se lo habían dado”. Antes de cumplir los doce decide vivir hacia atrás, recordar el pasado y escribir las memorias desde el principio cuando escuchaba en la casa que su padre era un héroe con madera de mártir y que se había ido al África a hacerse matar por los moros. Tanto el médico y su tía Aurelia que la criaba “decían que yo sabía demasiado y que me convenía más pasear que estudiar”. No quieren que ella sea una empollona.

“Aquel pasaje a la entrada dela calle del Obispo se torcía en el medio para salir a la de la Sierpe, y en el ángulo que formaba había una rotonda con montera de cristales que tenía cuatro estatuas representando las estaciones, y en medio una de Mercurio. ¡Qué luz caía sobre aquella pequeña plaza encerrada”. Torera la Chacel en el endecasílabo con más tronío de la sobrina de José Zorrilla: ”Rotonda con montera de cristales”. Está para que el apoderado le prepare la alternativa en el Viejo Coso. 

Leticia no reza mucho a Dios de pequeña, su fantasía se desborda al entrar en las iglesias. Se acusa de no rezarle a las imágenes, sólo padrenuestros y eso no es a Cristo. Ante el Cristo yacente de la iglesia de San Sebastián se licúa como el corazón de San Genaro en Nápoles. Entra con los cinco sentidos en la urna de cristal que guarda el Cristo. Se funde con él, respira el mismo aire santo concentrado de la urna y hunde los ojos en la agonía milenaria del misterio cristiano renovado todos los años. Sufre en sus carnes cuarteadas el lanzazo del romano criminal que desangra al Cristo por el boquete. Se olvida del cuerpo y se abandona al fluir de las lágrimas que le empozan el alma. Se produce una dejación de funciones, una suspensión de los sentidos que huele a santidad o a pecado de apostasía. 

En Simancas no hace buenas migas con sus compañeras de pupitre iguales en edad y desgobierno, se adapta a la velocidad de las plantas del huerto como un jubilado, se pasa las horas muertas mirándolas, escuchando el ruido de los conejos que comen las raíces de tapadillo,  los tronchos de las coles y escapan. Observa al gallo compadrón  subido de continuo a la higuera, galleando y pavoneándose ante su harén de gallinas picoteadoras y desafiando con su quiquiriquí a los gallos vecinos.

 

"Doña Luisa, llena de confianza en su maestría , me decía: "Ya verás tú, ya verás tú". 


Como la vida sana al aire libre y la existencia natural le dan un hambre de quince días, un hambre canina, a Leticia le da por comer, por crecer asilvestrada, la cara curtida por el aire y el sol del pueblo la embrutecen, le dan una apariencia saludable y un poco machuna. Su cuerpo se desarrolla admirablemente, encaña como los trigos en primavera y pega el estirón de un día para otro. 

Para desasnarla, deciden que la maestra se pase por casa una hora diaria, de cinco a seis, después del cansancio de la jornada laboral. El proyecto es un fracaso porque Leticia le pone nulo interés. Se las arregla para dedicar la hora a bordar, actividad en la que la maestra es una experta. La adolescente admira la especialización que dan los años de práctica, la maestría de los carpinteros, carniceros o relojeros que hacen cosas con las manos, que a ella le parecen imposible de lo bien rematadas que las dejan. En casa de Luisa se gana el sueldo, ensaya trabajos de electricista, cocinera y decoradora de interiores. 

Doña Luisa aparece por primera vez en la novela como una mujer pluriempleada, una wonderwoman responsable de una lechigada de criaturas que asegura el relevo natural de la raza, cuando en las familias y dentro de las casas había más renuevos humanos que gatos y perros, los perros al corral y los gatos libres, a cazar ratones y expectantes en el tejado para bajar cuando el perro no esté. Doña Luisa aparece en el universo de Leticia justo cuando la atmósfera de su casa está cada día más cargada de electricidad estática. Se insinúan problemas, pero no se nos dice en qué consisten. Es un barrunto de desgracias que amenaza con alguna tragedia por venir. 

 Doña Luisa es una ONG sin ánimo de lucro que considera un desperdicio echar un talento en terreno estéril y un chollo para los padres que pueden delegar el rudo esfuerzo de educar en alguien ajeno al núcleo familiar: “Leticia es mi mejor amiga y yo estoy encantada de tenerla conmigo a todas horas”, confiesa ella a los extrañados por el altruismo. Su marido, Don Daniel, no le causa buena impresión a Leticia; cuando la agarra por el pelo, le parece un rey moro: “Me había dado la impresión de ser un hombre sumamente arbitrario y muy poco amable”. Son los sentimientos primeros de una niña que se asoma al balcón de la adolescencia. 

 Y los recuerdos al aire me besan la cara. 
Sólo recuerdo lo bueno, de lo malo nada. 
Aún queda tiempo p'al viento, vaya donde vaya 
y que me lleve volando, a tocar a otra guitarra.
Celtas Cortos




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.